viernes, 5 de octubre de 2012

411


La sociedad dominicana sube y baja  de ánimo en la esperanza de que los gobernantes tomen en serio el combate contra la corrupción. Hasta ahora baja más que sube. Hoy, luego de vivir resignados a la impunidad de desfalcadores fomentados durante años por los gobernantes de turno, surgen señales que nos incitan a un cauteloso despertar del optimismo.

El toque de campana que inicia  esta nueva carrera de sube y baja de la esperanza, lo ha dado el Procurador General de la República,  pero lo cierto es que la responsabilidad final recaerá sobre el Presidente de la República. No quiero alimentar la cultura paternalista  endilgándole  todo lo bueno y  lo malo a quien ocupe la presidencia, sin embargo, es precisamente esa la cultura impera en nuestro país. Es el Presidente de la República quien, querámoslo o no, tiene la última palabra al respecto. Me explico.

Es verdad que el Presidente ya no designa unilateralmente a los jueces; también es cierto que el Presidente no puede designar ni remover a  todos los miembros del Ministerio Público. Y es también innegable  que los actuales jueces  de la Suprema Corte de Justicia, quienes tendrán que conocer sobre el/los apoderamiento(s) que haga el Procurador, no fueron designados por el Presidente Medina.

A pesar de todo lo anterior, no  es menos cierto  que el Presidente tiene la potestad constitucional de designar y/o remover al Procurador General de la República.   Además, históricamente los presidentes han  usado el poder político  para, con o sin rastros, hacer desaparecer procesos que persiguen a los culpables de corrupción pública administrativa. 

Para lograr grandes hazañas, siempre  se requiere un gran esfuerzo. Los peloteros, por ejemplo, deben entrenar arduamente y emplearse a fondo cuando quieren batear un home run. Ahora se nos presenta un bateador que parece querer sacar la pelota  del parque, pero  mira a su manager para ver si este le indica lo contrario. Aunque parezca ridículo escribir sobre lo que debe ser, en nuestra sociedad a veces lo ridículo es lo cotidiano.  

La gran hazaña del Presidente Medina consistirá en emplearse a fondo para no hacer ninguna señal al bateador y dejar que este haga su trabajo. Si eso ocurre, no importa la determinación del tribunal, será el Presidente quien la habrá botado por los 411 del estadio político institucional dominicano, y solo entonces puede que artículos de opinión como este, que simplemente piden que se respeten las leyes, sean verdaderamente ridículos. Ojalá.

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