Lo aceptemos o no, en nuestro país se evidencia un creciente descrédito de las instituciones políticas. Aunque las razones pueden ser muchas y las respuestas hasta contradictorias, el hecho de que diferentes partidos hayan asumido el control de Estado y hayan fallado - en algunos casos miserablemente - en resolver los problemas nacionales, o siquiera establecer claras rutas de solución a los viejos y nuevos problemas aunque la misma sea plazos, ha creado en la población una desconfianza generalizada en la mayoría de los actores de la vida política nacional. El peligro radica, al menos parcialmente, en que dicho descrédito y la consiguiente desconfianza, continúen in-crescendo, se transformen luego en ira, y no se limiten ya a los actores de la vida política nacional, sino al sistema democrático mismo.
Mientras aumenta el descrito, el cual es un proceso alimentado por la inanición de la población, la falta de servicios básicos y la insinceridad discursiva, nuevos partidos políticos y movimientos populares se organizan y crean brazos de acción política que se convierten en alternativas de cambio que no tienen nada que perder y todo que ganar, puesto que se convierten en auténticos interlocutores de las necesidades de los ciudadanos, mientras las entidades políticas detentadoras del poder estatal tienen todo que perder, en vista de que, por su afán de acaparar absolutamente los poderes gubernamentales, se distancian de los reclamos de reivindicación popular y emplean más frecuente y abiertamente acciones humillantes para con sus supuestos “beneficiarios”, como por ejemplo las nominillas.
A propósito de convocatorias a diálogos nacionales y/o cumbres o foros de entendimiento, en las que nuestro país ha participado en los últimos meses, hacemos la presente reflexión en base al entendido de que dichos llamados de participación están impregnados de buena voluntad política y compromiso de cumplir sus conclusiones. Indefectiblemente, el cabal cumplimiento de las propuestas arrojadas por estos conversatorios, tendrá que ser sustentado en contratos sociales, los cuales sólo podrán ser duraderos y efectivos si se hace una redistribución del poder en la República Dominicana.
Mediante esta redistribución del poder político, las medidas facialmente loables, como las cumbres, pueden ser una solución a la creciente descomposición política dominicana. Si se logra una amplia participación de grupos de distintos orígenes político-filosóficos en los estamentos de poder, ésta deberá apoyarse en el compromiso con el pueblo y no en prebendas, y puede armarse un verdadero programa de desarrollo nacional versus los programas de desarrollo individual vigentes en la actualidad. La sinceridad de la motivación está en la decisión de una sola persona, quien nos dará la respuesta. ¿Seguiremos jugando a las divisiones para controlar absolutamente el poder, o entenderemos que con el pluralismo honrado ganamos todos?
Luis Miguel De Camps García
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